—Joder, tres de tres: periodista, fotógrafo y con síndrome de Behçet. Con razón a Teresa le salían gallos cuando me lo contaba. ¿Por qué el Behçet? Mira que es raro.
Teresa, técnico del Museo Tiflológico de la ONCE en Madrid, me había pedido permiso para darle mi número de teléfono a un escritor que les había presentado su nueva novela y en cuya historia había creído reconocerme. Aquella misma tarde Roberto me llamó.
—Fue casual. Lo encontré cuando me informaba sobre enfermedades degenerativas que pudieran acabar en ceguera. Quizá lo que más me llamó la atención fue su origen desconocido, que sus síntomas pudieran aparecer y desaparecer sin una explicación y, sobre todo, que no es una enfermedad hereditaria como tal, sino que lo que se hereda es la predisposición a padecerla. Esa incertidumbre con la que hay que aprender a vivir me pareció una vía a explorar desde la ficción.
—¿Y cómo se titula?
—Cierra los ojos y mira.
En ese momento sentí una curiosidad tremenda hacia Roberto, hacia su novela. Pensé en las casualidades, en el destino, en el alineamiento de los planetas… Y ese título empezó a resonar cada vez más fuerte en mi cabeza.
Él continuó hablándome de Ulises, el protagonista. Un inquieto periodista que se inmiscuía en los rincones más oscuros de Corea del Norte e Irak para denunciar la vulneración de los Derechos Humanos. Intriga, mensajes cifrados, paisajes exóticos, lazos de camaradería, denuncia social, atentados, música, amor… Qué bien me sonaba todo lo que contaba.
Ulises parecía un tío muy potente y me imaginé en su pellejo. No me fue difícil. Yo trabajaba en Diario 16 como fotógrafo corresponsal en el País Vasco cuando sufrí el primer brote, una hemorragia invasiva que mi cuerpo fue reabsorbiendo poco a poco y de la que tardé diez días en recuperarme. Fue como bajar una persiana.
Las hemorragias se repetían cada dos o tres meses y mi desesperación aumentaba: ningún médico ponía nombre a lo que me ocurría. La falta de diagnóstico —lo que me dejaba sin tratamiento posible— era lo más difícil de llevar. Lo recuerdo bien. Fue un duro golpe: la imagen lo era todo para mí. Pensé que no podría volver a hacer fotos, así que vendí mis cámaras. Mi mundo se derrumbaba sin remedio.
Le pedí a Roberto que me enviara la novela en formato digital para que me la leyera una aplicación de audio y cuando por fin la recibí la devoré. Fue fácil dejarme seducir por ella, su riqueza descriptiva te traslada a sus escenarios envuelto en la piel de sus personajes. Es una novela comprometida con su tiempo que te atrapa en la intriga y te devuelve solo al final.
El personaje de Ulises no me decepcionó: derrochaba compromiso y sensibilidad con las pequeñas cosas —tan esenciales— y las grandes causas. Además, me impresionaba su fuerza y su convicción por seguir adelante. Sentía que teníamos algo en común. Ambos amamos la vida. Las situaciones de estrés en el relato me llevaban a revivir el día a día de mi trabajo como fotoperiodista en los años 80 —los años de plomo—, en los que la violencia era el principal ingrediente de la vida política, social y cultural. Ejercer la profesión era un trabajo agridulce, corría a cubrir la noticia de los muertos en atentados de ETA, del GAL, las huelgas en los astilleros de Euskalduna, el accidente de aviación en el monte OIZ y a la vez acudía a Ajuria Enea para haceruna entrevista al Lendakari o iba a San Mamés al partido de la final de Liga y no faltaba a la cita con alfombra roja en el festival de cine de Donostia. Era una puesta en escena de la vida y la muerte muy dura y difícil deasimilar, sin embargo, era lo que quería y necesitaba hacer; lo disfrutaba.
Después de treinta y tres años, sigo haciendo lo que me nace de dentro. Hay desgracias que caen como losas y te hunden, que son irremediables, marcan un antes y un después, pero la salida siempre está en ti. Es posible vivir sin ver, lo imposible es vivir sin ilusión. Este es el motor para superar la autocompasión y de donde sale la motivación para iniciar otro camino.
¿Se puede ser un artista visual siendo ciego? Tenía una idea, un sueño, que la gente invidente viera mis fotos. Este desafío se convirtió en un proyecto de superación. Gracias a la tecnología se pudo desarrollar una novedosa técnica de impresión sobre planchas de Dibond, que confiere relieve a las imágenes. Un soportefotográfico que invita ser percibido a través del contacto de las manos sobre la plancha, sin miedo a quemarse.
La imagen se hace relieve y el relieve hace posible la conversación entre los ciegos, que tienen la oportunidad de procesar nuevamente una imagen, y los videntes que la reciben de una forma totalmente nueva. Es una forma transgresora de ver una fotografía, con las manos por delante. Un arte inclusivo. La emoción y la comunicación acercan a estos dos grupos muchas veces separados por el tabú y la superstición.
Roberto y yo volvimos a hablar por teléfono. Esta vez me sentía más relajado y me dejé llevar por su entusiasmo: me dijo que quería darle continuidad a la conexión que sentíamos —y que su novela tan vital había revelado— y organizar una exposición en la que cobrara importancia el tacto, la vista, el olfato, el oído… La clave estaría en unificar los sentidos y multiplicar las emociones en un espacio donde se constatase la necesidad de la cultura y la cooperación como motor indispensable para una sociedad justa. Descubrir, identificar y trabajar juntos por eliminar las barreras de la discriminación, como lo haría una población que fueseinclusiva con los discapacitados.
Por fin oigo música en mi cabeza, tengo la fotografía que abrirá la exposición. La hice hace unos años y ha estado archivada desde entonces esperando su momento: Cierra los ojos y mira.
Texto y fotografía de Juan Torre